Satanela es una misteriosa bailarina que trabaja en un cabaret del Madrid de los años veinte, a la vez que mantiene oscuros negocios con una alcahueta apellidada Bocanegra. Pero Satanela esconde un secreto aún más siniestro que sus turbios arreglos con la señora Bocanegra.
¿Quién es realmente Satanela? ¿Una mujer codiciosa? ¿Una criatura sobrenatural? ¿Una mensajera de otra dimensión? ¿Una traficante de almas? Tal vez sea todo eso y algo más. El personaje de la seductora cabaretera que protagoniza este cómic de Grafito Editorial entronca con algunas de las criaturas femeninas más siniestras del folclore popular, escondiendo bajo su apariencia humana una realidad mucho más terrorífica.
Aunque las súcubos tuvieron su contrapartida masculina (los íncubos), en estas criaturas subyace una moral que muestra a la mujer como demonio, considerándola fuente de lujuria y pecado, y condena todo acto sexual, a excepción de aquel destinado a la procreación. Esta tendencia, característica de todas las culturas patriarcales desde el helenismo, se expresó de forma más radical a partir del siglo XII, cuando comienzan a darse las llamadas “cazas de brujas”. Según los historiadores contemporáneos entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVIII se condenó a muerte por brujería a un número que oscila entre las 40.000 y las 60.000 personas, la mayor parte de ellas mujeres. El Papa Inocencio VIII llegaría a nombrar a las súcubos en la bula Summis desiderantes affectibus, del año 1484, donde se condenaba a aquellos que mancillaban la fe cristiana cometiendo actos diabólicos.
Ya en la etimología de una de las criaturas mitológicas más añejas, las súcubos, podemos encontrar el carácter latente de Satanela. Su nombre, súcubo, procede del término latino succubare, que significa “reposar debajo”. El mito de las súcubos nació en el Medievo. Eran representadas como una atractiva mujer desnuda que aprovecha su seductora apariencia para violar a adolescentes y monjes mientras dormían, extrayendo su semen para fines demoniacos.
La superstición daba así una explicación fantástica a fenómenos hoy atribuidos a alteraciones del sueño o poluciones nocturnas.
La creencia en las súcubos fue potenciada por la Iglesia católica, con la intención de que los monjes novicios estigmatizaran su propia sexualidad y rechazaran a las mujeres. Algunos estudiosos llegaron a afirmar que la primera súcubo fue Lilith, que los hebreos adoptaron de la mitología mesopotámica, transformándola en la primera mujer de Adán, que rechazó a Dios.
Según esta interpretación del Génesis, Lilith fue creada a la vez que Adán y, como este, concebida a imagen y semejanza de Dios. Al abandonar Lilith a su marido y el jardín del Edén, Dios creó a Eva a partir de una costilla de Adán. Es decir, la mujer que es igual al hombre y decide independizarse es sustituida por la mujer “inferior”, nacida del cuerpo del varón.
La lucha contra la herejía se convertiría en la forma de acabar con los últimos rastros del paganismo, llevándose por delante a numerosas mujeres inocentes: científicas, botánicas, naturistas, descreídas, rebeldes o simples objetos de envidias por parte de sus vecinos. Como denunciaría el cineasta sueco Benjamin Christensen en la película silente de 1922 La brujería a través de los tiempos, las posesiones diabólicas se habrían explicado en el siglo XX como enfermedades mentales derivadas de la histeria o de una hipersexualidad no satisfecha.
En su ensayo Los demonios de Loudun, el británico Aldous Huxley daría una explicación similar a un famoso caso de posesión diabólica colectiva protagonizado, en 1634, por unas novicias en la ciudad francesa de Loudun. El suceso sería trasladado al cine de forma notable en dos ocasiones: en el filme de 1961 del polaco Jerzy Kawalerowicz Madre Juana de los Ángeles y diez años después en Los demonios (1971), del siempre provocador Ken Russell.
Otro infame caso de persecución, los juicios de Salem acaecidos entre enero de 1692 y mayo de 1693, servirían al dramaturgo Arthur Miller como metáfora para denunciar en su obra Las brujas de Salem las persecuciones anticomunistas del macartismo en EEUU en los años cincuenta. El caso también sería llevado al cómic en la obra Mujeres de Salem, de Thomas Gilbert.
En el ámbito de la novela gráfica, cabe destacar la temprana obra de Richard Corben Manuscritos de la plaga, donde una anciana acusada de brujería por la inquisición resulta ser una científica que podría haber acabado con la peste si no hubiera sido denunciada por sus vecinos.
Al hablar de la representación de la brujería en la iconografía popular el referente siempre será la obra de Francisco de Goya y Lucientes.
Con un pie en la tradición popular y otro en el vanguardismo más rebelde, los grabados y pinturas negras de Goya presentan en obras como El gran Cabrón o la serie Asuntos de brujas la brujería de forma irreverente, adornando las escenas oscuras con un humor negro que pretendía satirizar las supersticiones populares y «desterrar vulgaridades perjudiciales».
En contra de lo que dicta la creencia popular, los autos de fe por brujería no fueron tan corrientes en España. Alemania es la nación que atesora el siniestro récord de sentencias de muerte por herejía, con un número de víctimas que algunos autores elevan hasta las 30.000. En la península ibérica, tras una redada de la inquisición en 1525 que resultó en la ejecución de entre 30 y 40 personas, una junta de juristas estableció una serie de normas estrictas para los inquisidores. Por ejemplo, en caso de que la acusada hubiera sufrido torturas, debía ser rechazada su confesión.
Uno de los pocos casos de persecución masiva sería el de las brujas de Zugarramurdi, donde en 1609 decenas de mujeres fueron apresadas en base a acusaciones realizadas por infantes. El suceso inspiró la película homónima de Álex de la Iglesia.
La piel de toro no está exenta, en cualquier caso, de diablos de aspecto femenil.
El norte de España, y especialmente el País Vasco, adoptaría la leyenda de las lamias, unos entes teriomorfos (a menudo representados con pies de pato o cola de pescado) que seducían a los hombres y ayudaban a los agricultores con sus faenas a cambio de ofrendas de alimentos.
Aunque las lamias eran consideradas criaturas benevolentes, podían llegar a secuestrar a los humanos si no se sentían correspondidas.
Lo que resulta más interesante de las lamias es su función como constructoras, pues se creía que ayudaban a levantar dólmenes y puentes. Esta cualidad entronca directamente con su origen mitológico. Procedentes de la Antigua Grecia, a las lamias se las consideraba grandes arquitectas que habían construido, entre otros monumentos, el oráculo de Eros.
Otras criaturas procedentes de la mitología europea serían las banshees, presentes en el folclore irlandés desde el siglo VIII. Estas figuras fantasmales se consideraban mensajeras del otro mundo, y su función era aparecerse a los vivos para comunicar la muerte de un ser querido. También tenían la capacidad de causar desastres y romper tímpanos con sus gritos. La criatura inspiraría a dos famosos personajes en cómics de superhéroes: el Banshee de Marvel Comics, un mutante irlandés que se convertiría en el miembro más olvidable de la Patrulla X multicultural de los setenta, y la supervillana de DC Comics Silver Banshee, más cercana a la criatura mitológica, dotada de un grito de la muerte sónico capaz de succionar la vida a los mortales, dejándolos convertidos en cuerpos disecados.
Las criaturas femeninas no son una exclusiva europea. En la cultura maya se veneraba a Xtabay, diosa del suicidio y de la horca y esposa del dios de la muerte, Chamer o Ah Puch. Los japoneses poseen una mitología rica en mujeres demonio. En el folclore nipón abundan las féminas sobrenaturales vengativas, cuyas principales víctimas solían ser esposos mujeriegos.
De este modo, la cultura japonesa no se centraba tanto en estigmatizar la sexualidad femenina, sino en infamar los achares hacia las infidelidades del hombre, como en el caso de las Hannya, mujeres transformadas en demonios a causa de los celos. Aunque en otras leyendas subyace una crítica al machismo japonés, como en el caso de Oiwa, el fantasma de una mujer envenenada por su marido, o las Nukekubi, humanas castigadas por ser infieles a sus esposos, cuando en realidad han sido ellos quienes han cometido tal traición. Las criaturas japonesas a menudo adoptaban atributos animales, como es el caso de Nure-onna, la mujer serpiente, o de los caracoles marinos Sazae oni, capaces de adquirir el aspecto de bellas mujeres para atraer a los marineros incautos. La capacidad transmutadora de estos entes tenía la función de seducir a sus víctimas. Es el caso de Yama uba, una vieja bruja con una dieta caníbal que solía aparecerse como una mujer joven a los viajeros perdidos que buscaban cobijo, o las Nukekubi, unos entes de cuello elástico que se alimentaban de animales pequeños y asustaban a las personas por diversión.
Satanela toma algo de todas las criaturas fantásticas rescatadas en este artículo. Pero su secreto aún está por descubrir, al menos hasta que os adentréis en las páginas del cómic.
Hasta entonces, no os fieis demasiado de las bailarinas con mirada de serpiente.
Artículo escrito por Alfonso Bueno López, guionista del cómic SATANELA.
Madrid 1920. Una bailarina roba el cuerpo de jóvenes para ofrecérselo a millonarios que no quieren morir. Desde el más allá un trompetista planea la más dura de las venganza.
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