Hay ciertas profesiones que aparecen frecuentemente en las series, en los largometrajes, en las novelas e, incluso, en los cómics: policía, abogado, médico, etc… Otras, en cambio, apenas lo hacen. La de dentista es una de ellas. Visto como el pariente pobre del médico, suele utilizarse como salida laboral para personajes secundarios, graciosos o raros (como en “Mujeres desesperadas”, o el de la famosa escena de la peli de culto de Roger Corman “La pequeña tienda de los horrores”. Muy pocas veces el protagonista de la historia se dedica a la odontología. Entre esas excepciones estarían las películas “The dentist” de Brian Yuzna o “La vida secreta de un dentista” de Alan Rudolph. El cómic del que hoy nos ocupamos,“Cazador de sonrisas”, entraría también dentro de esta categoría.
Y es que la boca es un lugar extraño con dos caras claramente diferenciadas: la exterior, que mostramos a los demás cuando sonreímos, con nuestros dientes más o menos blancos, más o menos perfectos; pero también hay una faceta más oscura y lóbrega, el interior de nuestra boca, que es en realidad una caverna húmeda, llena de saliva, sarro, restos de comida y bacterias. Algo poco agradable de ver, que sólo nuestro “amigo” el dentista conoce realmente. Y ese reverso lo encontramos también en el personaje central de este cómic: Herbert F. Dunne es un odontólogo norteamericano, wasp, que vive en la utópica década de los años 60. Marido y padre de familia ejemplar, pilar de la comunidad, querido y respetado por sus vecinos, a quienes cuida las dentaduras e invita a sus barbacoas.
Pero, a medida que pasamos las páginas, vamos conociendo su otra cara, más oscura y desconocida: su falta de empatía por el dolor ajeno, que le llevó en el ejército a ejercer funciones de torturador, siempre al servicio de la patria y cumpliendo órdenes. Esa sombra de su psique, esa personalidad desconocida, es mantenida a raya ante sus allegados. Pero Agustín Ferrer Casas, también guionista de la historia, nos la va descubriendo poco a poco, como las extrañas filias sexuales que lo llaman, o las veces que recurre a sustancias prohibidas para relajarse. La vida de este dentista dará un vuelco con la llegada de una nueva familia a la comunidad. La hija adolescente se convertirá en paciente del doctor Dunne, para el cuidado y mantenimiento de su aparato de ortodoncia.
La trama cotidiana pasará a partir de aquí a convertirse en un thriller… pero, como decían en un famoso concurso, “hasta aquí puedo leer..” sin desvelar información importante para aquellos que conocen esta historia. Porque este es un cómic de sorpresas, de giros argumentales que llevan la historia en otra dirección pero sin trampas, sin sacarse de la chistera un efecto sorpresa final. El autor es respetuoso con el género que maneja y eso se agradece.
La mejor escena para un servidor es la de la barbacoa donde aparece el padre (militar de profesión) de la adolescente y se da a conocer al resto de la comunidad de vecinos. Diálogos geniales que muestran en pocas pinceladas las diferencias entre estos dos hombres.
En cuanto al dibujo, de carácter realista, en ocasiones me recuerda al estilo de Miguelanxo Prado o de Das Pastoras. El uso del color es excelente, dotando de una atmósfera retro a la ambientación de los años 60. Viendo las viñetas, con una composición de página de carácter clásica, me resulta difícil creer que éste sea el primer cómic de su autor, el novel Agustín Ferrer. También es la primera andadura en el mundo del cómic de esta nueva editorial llamada Grafito, que arriesga con un curioso método de compra, apostando no sólo por el tradicional formato en papel sino también por el moderno formato digital, con una notable rebaja de precio sobre el mismo; vamos, que por lo que te cuesta un capuchino (2,50 euros) te haces con una estupenda novela gráfica.
La verdad es que los chicos de Grafito se han puesto el listón muy alto con esta obra (que, a mi juicio, debería estar en las listas de los mejores cómics nacionales de 2014), y veremos qué es lo próximo que sale de esta nueva editorial, a la que le deseamos la mayor de las suertes y una larga trayectoria trufada de buenos cómics.
No me extrañaría nada que, en las próximas nominaciones a esos conocidos premios catalanes, Agustín Ferrer apareciese en la categoría de autor revelación. Quedaos con este nombre, porque yo pienso seguir muy de cerca sus próximas obras. Y a los chicos de Grafito, también.
Reseña por Andrés Carrión